El contacto boca a boca se observa en peces, aves y primates, pero el beso íntimo, con contacto entre las lenguas e intercambio de saliva, parece ser exclusivamente humano y es común en más del 90 % de las culturas. ¿Por qué? Algunos autores han sugerido que el beso íntimo podría ayudar a valorar y seleccionar afectivamente a tu futura pareja según la sensación química que produzca la saliva. Otros han postulado que el beso íntimo ha evolucionado para proteger a la mujer embarazada contra peligrosas infecciones uterinas causadas por virus que se trasmiten por la saliva: la exposición al virus antes del embarazo podría inmunizar a la madre y proteger al feto. Intercambiamos 80 millones de bacterias en un beso íntimo En realidad, son meras hipótesis y desconocemos la razón de por qué los humanos nos besamos. Ya sea para seleccionar nuestra pareja o para inmunizar a la madre, no cabe duda de que los microbios que residen en la boca son multitud y cumplen un importante papel. En un estudio publicado en 2014, analizaron los microbios presentes en la boca en 21 parejas después de un beso íntimo experimentalmente controlado. Comprobaron que, en el beso, las parejas intercambian parte de la microbiota de la lengua, y las bacterias del otro permanecen durante horas en la saliva de su nuevo inquilino. También observaron que cuanto más besemos a nuestra pareja más se parecerá la composición de microbios de la saliva entre nosotros. Parece obvio, pero había que demostrarlo. Incluso calcularon cuántos besos exactamente son necesarios para que el efecto en la microbiota de la saliva se mantenga: al menos nueve besos al día. Aunque lo más interesante es que los autores de la investigación calcularon el número de bacterias que intercambiamos en un beso. Para ello, prepararon un yogur con lactobacilos y bifidobacterias marcados previamente y se lo dieron a beber a una de las parejas. Después de un beso apasionado que duró solo diez segundos, tomaron muestras del “receptor” y calcularon el número de bacterias del yogur que habían pasado de uno a otro. La conclusión fue que en un beso íntimo de solo diez segundos somos capaces de intercambiar unos 80 millones de bacterias. Con un beso no solo intercambiamos todo nuestro amor sino también algo tan íntimo como varios millones de bacterias. El microbioma oral El microbioma oral se refiere a la comunidad de microorganismos que habitan en la cavidad oral (boca, lengua, encías y garganta). Incluye miles de especies diferentes de bacterias, virus, hongos y otros organismos unicelulares que forman un ecosistema complejo y dinámico. Se han identificado más de 700 especies bacterianas diferentes. La mayoría tienen efectos beneficiosos como la digestión de ciertos nutrientes, la protección contra patógenos invasores o la regulación del sistema inmunológico local. Solo unas pocas son responsables de enfermedades orales –caries dental, enfermedad periodontal, halitosis (mal aliento), candidiasis oral, etc.– y de enfermedades no orales –cardiovasculares, diabetes y enfermedades respiratorias–. Incluso se ha relacionado la presencia de algunos patógeno orales, como la bacteria Porphyromonas gingivalis que causa periodontitis crónica, como factor de riesgo para la formación de placas amiloides, deterioro cognitivo y demencia propios de la enfermedad de alzhéimer. Los besos pueden transmitir herpes Los microorganismos intercambiados durante un beso no son necesariamente dañinos. En la mayoría de los casos, este intercambio no representa un riesgo significativo para la salud, siempre y cuando las personas gocen de una buena salud general y oral. Pero existen varias enfermedades infecciosas que pueden transmitirse mediante un beso. Los herpes son un tipo de virus que puede transmitirse fácilmente a través de la saliva. Por ejemplo, la mononucleosis infecciosa (conocida como la enfermedad del beso) está causada por el virus de Epstein-Barr, y es una enfermedad muy común entre los adolescentes y adultos jóvenes. Los síntomas incluyen fiebre, dolor de garganta, fatiga extrema y agrandamiento de los ganglios linfáticos. El herpes labial o simple se transmite a través del contacto directo, incluidos los besos. Los síntomas incluyen la aparición de ampollas dolorosas alrededor de los labios o en la boca. Y el herpes genital, aunque es más comúnmente transmitido por contacto sexual, también puede transmitirse a través de besos si hay lesiones activas en la boca o alrededor de los labios. El citomegalovirus es otro herpes que puede transmitirse a través de la saliva. Aunque en la mayoría de los casos no causa síntomas graves, puede representar un riesgo para personas inmunocomprometidas o mujeres embarazadas, ya que puede causar complicaciones muy graves durante el embarazo. Esta manera de transmitirse explica por qué el número de personas que tiene anticuerpos contra este tipo de herpes (la prevalencia) es tan alto: por ejemplo, más del 70 % de la población ha tenido contacto con el virus de Epstein-Barr a lo largo de su vida. Caries, faringitis y gripe No obstante, hay muchos más patógenos que pueden llegar a ser transmitidos a través de besos si hay intercambio de saliva. Entre ellas, algunas bacterias como Streptococcus mutans o Streptococcus pyogenes, que causan caries o infecciones de garganta y faringitis. Pero también bacterias asociadas con la enfermedad periodontal, como Porphyromonas gingivalis. Y, por supuesto, virus que causan infecciones respiratorias como el de la gripe, el virus respiratorio sincitial u otros virus del resfriado común. También podemos transmitir en un beso algunos tipos del virus del papiloma. E incluso hongos como la levadura Candida albicans que causa la candidiasis. Higiene bucal para besar con salud La dieta, la higiene bucal, el tabaquismo y el consumo de alcohol, el uso de antibióticos y otros medicamentos, la genética y otras condiciones médicas subyacentes, influyen en la composición y la salud de la microbiota oral. Mantener un equilibrio saludable en la microbiota oral es fundamental para prevenir enfermedades y su transmisión a través de los besos. Eso pasa por un cepillado frecuente y adecuado de los dientes y la lengua, sumado al uso de hilo dental y del enjuague bucal, éste último con moderación. Además, visitar regularmente al dentista, limitar el consumo excesivo de azúcar y evitar fumar son la mejor manera de mantener una boca sana. Y si estamos sanos, no tenemos de qué preocuparnos al compartir nuestros microbios.
Durante años, los titulares alarmistas han advertido sobre los efectos negativos de las redes sociales en la salud mental. Desde Instagram hasta TikTok, se han señalado como responsables de aumentar la ansiedad, la depresión y de generar una dependencia digital que erosiona el bienestar emocional, especialmente en adolescentes. Pero ¿y si parte de esa narrativa estuviera basada en una idea incompleta? Un nuevo estudio publicado en la revista Behavior Genetics ofrece una visión más matizada —y sorprendente— de esta cuestión. Usando datos del Netherlands Twin Register, una base de datos con décadas de seguimiento a gemelos en los Países Bajos, los investigadores analizaron a 6.492 personas entre los 16 y los 89 años. ¿El objetivo? Desenredar los vínculos reales entre el uso de redes sociales, la salud mental y, lo más importante, los factores genéticos que podrían estar en juego. Y lo que encontraron podría cambiar la conversación. Ni tan malo, ni tan bueno: una historia genética El estudio revela que el vínculo entre el uso de redes sociales y el bienestar psicológico es pequeño. En muchos casos, tan pequeño que roza lo insignificante desde el punto de vista estadístico. Pero lo verdaderamente revelador es que esas pequeñas asociaciones están, en gran medida, determinadas por factores genéticos compartidos. Es decir, no es que las redes sociales causen directamente ansiedad o depresión en todos los usuarios. Más bien, las mismas predisposiciones genéticas que pueden llevar a una persona a sentirse menos feliz o más ansiosa también podrían influir en cómo —y cuánto— utiliza las redes sociales. Este hallazgo rompe con la idea simplista de que las plataformas digitales son inherentemente tóxicas. Según los resultados, hasta un 72% de las diferencias individuales en el tiempo que pasamos en redes sociales podría explicarse por la genética. En lugar de demonizar TikTok o Instagram como si tuvieran un efecto uniforme sobre todos los usuarios, el estudio apunta hacia una interpretación más personalizada del impacto digital. No todos usamos las redes del mismo modo Los investigadores también identificaron patrones interesantes según los niveles de bienestar de los participantes. Aquellos con mayores niveles de satisfacción vital y una sensación de florecimiento —una medida que incluye propósito, relaciones positivas y desarrollo personal— tendían a usar más plataformas, pero lo hacían de forma pasiva: navegaban, observaban, leían. Por el contrario, quienes reportaban un menor bienestar psicológico eran más propensos a publicar con mayor frecuencia, pero lo hacían en un número más reducido de plataformas. Este contraste entre uso pasivo y activo podría ofrecer pistas sobre cómo cada persona busca, o evita, conexión social online. Paradójicamente, uno de los resultados más curiosos fue que el “florecimiento” estaba positivamente relacionado con un mayor uso de redes sociales. Es decir, algunas personas con buena salud mental parecen disfrutar —e incluso beneficiarse— de su tiempo en línea. Por qué usar gemelos lo cambia todo Este no es un estudio cualquiera. El uso de gemelos idénticos (que comparten el 100% de sus genes) y gemelos fraternos (que comparten alrededor del 50%) permite a los investigadores estimar con precisión cuánto de una conducta está influenciada por la genética, el ambiente compartido (como el hogar familiar) o el ambiente individual (como experiencias únicas). En este caso, al comparar cómo se relacionaban el uso de redes sociales y el bienestar entre diferentes pares de gemelos, se encontró que las similitudes estaban fuertemente ligadas a los genes . Esto no solo refuerza la idea de que existe un componente biológico en cómo usamos la tecnología, sino que también invita a repensar cómo diseñamos políticas, intervenciones o incluso límites parentales. ¿Restringir el acceso a redes? Tal vez no sea la solución En tiempos donde países y escuelas implementan restricciones al uso de móviles y redes sociales entre jóvenes, este estudio sugiere que prohibir o limitar el acceso no es una solución mágica. No todas las personas son igualmente vulnerables a los efectos negativos del uso digital, ni todas las formas de uso son iguales. De hecho, el problema puede no estar en la herramienta, sino en el usuario. O más precisamente, en la combinación única de genes, contexto vital y salud mental de cada persona. Esto refuerza la necesidad de estrategias personalizadas que tengan en cuenta los matices del comportamiento humano, y no solo estadísticas globales. ¿Qué significa esto para ti? No, tus horas en Instagram probablemente no estén pudriendo tu cerebro, como aseguran algunos titulares. Pero tampoco significa que sean inofensivas. Este estudio no exonera a las redes sociales, sino que añade una capa de complejidad. Los efectos existen, pero no son iguales para todos, y no surgen en el vacío. Dependen de quién eres, de tu genética, de tus experiencias y del modo en que interactúas con el entorno digital. Quizás la verdadera clave no esté en desconectarnos del mundo digital, sino en entender mejor cómo nos conectamos con él. Y, sobre todo, en dejar de buscar culpables universales para problemas profundamente individuales.
Muchas personas creen que lucen o se sienten más jóvenes que quienes comparten su edad, pero ¿es esto una percepción real o una ilusión psicológica? Según explicó la psicóloga Leticia Martín Enjuto a la revista 'CuerpoMente', este fenómeno puede estar relacionado con factores como el edadismo, la ansiedad ante el envejecimiento y el entorno social. Por su parte, un estudio citado por 'The Guardian' muestra que el 59 por ciento de los adultos entre 50 y 80 años en Estados Unidos creen verse más jóvenes que sus pares, aunque en muchos casos esta creencia podría no reflejar la realidad. El impacto de la autopercepción en la edad subjetiva De acuerdo con la psicóloga Leticia Martín Enjuto, entrevistada por 'CuerpoMente', la percepción de ser más joven que los demás de la misma edad puede deberse a una actitud psicológica de rechazo al envejecimiento. Esta actitud, conocida como midorexia, implica la resistencia a aceptar el paso del tiempo, lo cual puede traducirse en un estilo de vida, vestimenta y comportamiento más juvenil. No obstante, esta percepción puede también esconder una ansiedad más profunda relacionada con el temor a envejecer e incluso con el miedo a la muerte. “La percepción de una edad subjetiva menor puede actuar como un mecanismo de defensa psicológico”, explicó la experta. El papel del entorno social y cultural El entorno también influye significativamente en la forma en que cada persona percibe su edad. Martín Enjuto señala que contar con apoyo social y formar parte de círculos que proyectan una imagen positiva del envejecimiento puede reforzar una percepción más sana y flexible del paso del tiempo. En contraste, rodearse de personas con actitudes más pasivas o negativas puede contribuir a una visión más deteriorada de uno mismo. ¿Mente joven, cuerpo joven? Más allá de los factores psicológicos defensivos, sentirse “joven de alma” también puede tener fundamentos positivos. Según la misma psicóloga, mantener una mentalidad abierta, curiosa y resiliente está asociado con un menor deterioro cognitivo y una mejor adaptación emocional. Este tipo de mentalidad activa incluso regiones del cerebro relacionadas con la atención y la percepción, como el sistema reticular, lo que puede reforzar la idea de juventud percibida. Percepción vs. realidad: lo que dice la ciencia Una encuesta citada por 'The Guardian', basada en un estudio publicado en la revista 'Psychology and Aging', reveló que casi seis de cada diez adultos estadounidenses entre los 50 y los 80 años creen verse más jóvenes que otros de su misma edad. Solo el 6 por ciento considera que aparenta más años de los que tiene. El informe señala que este fenómeno puede estar influenciado por mecanismos mentales de negación de la vejez y de la mortalidad. También destaca que las mujeres y las personas con mayores ingresos tienden más a considerarse más jóvenes. Sin embargo, esta percepción podría no coincidir con la realidad, y se ve amplificada por estereotipos edadistas que muchas veces se interiorizan desde edades tempranas. Los riesgos del edadismo interiorizado El mismo artículo advierte sobre los peligros del edadismo autoinfligido. Según datos citados, más del 80 por ciento de los adultos mayores han adoptado estereotipos negativos sobre el envejecimiento. Esta visión puede tener efectos negativos no solo en la autoestima, sino también en la salud. Un estudio de 2002 citado por 'The Guardian' encontró que las personas con percepciones más positivas sobre su envejecimiento vivían, en promedio, 7,5 años más que aquellas con visiones negativas. La percepción de verse más joven que los demás puede ser un síntoma de salud mental positiva o, por el contrario, una señal de miedo o negación del envejecimiento. La clave, según los expertos, está en mantener una mente abierta, aceptar el paso del tiempo y rodearse de entornos que valoren la vitalidad más allá de la edad.
El contacto boca a boca se observa en peces, aves y primates, pero el beso íntimo, con contacto entre las lenguas e intercambio de saliva, parece ser exclusivamente humano y es común en más del 90 % de las culturas. ¿Por qué? Algunos autores han sugerido que el beso íntimo podría ayudar a valorar y seleccionar afectivamente a tu futura pareja según la sensación química que produzca la saliva. Otros han postulado que el beso íntimo ha evolucionado para proteger a la mujer embarazada contra peligrosas infecciones uterinas causadas por virus que se trasmiten por la saliva: la exposición al virus antes del embarazo podría inmunizar a la madre y proteger al feto. Intercambiamos 80 millones de bacterias en un beso íntimo En realidad, son meras hipótesis y desconocemos la razón de por qué los humanos nos besamos. Ya sea para seleccionar nuestra pareja o para inmunizar a la madre, no cabe duda de que los microbios que residen en la boca son multitud y cumplen un importante papel. En un estudio publicado en 2014, analizaron los microbios presentes en la boca en 21 parejas después de un beso íntimo experimentalmente controlado. Comprobaron que, en el beso, las parejas intercambian parte de la microbiota de la lengua, y las bacterias del otro permanecen durante horas en la saliva de su nuevo inquilino. También observaron que cuanto más besemos a nuestra pareja más se parecerá la composición de microbios de la saliva entre nosotros. Parece obvio, pero había que demostrarlo. Incluso calcularon cuántos besos exactamente son necesarios para que el efecto en la microbiota de la saliva se mantenga: al menos nueve besos al día. Aunque lo más interesante es que los autores de la investigación calcularon el número de bacterias que intercambiamos en un beso. Para ello, prepararon un yogur con lactobacilos y bifidobacterias marcados previamente y se lo dieron a beber a una de las parejas. Después de un beso apasionado que duró solo diez segundos, tomaron muestras del “receptor” y calcularon el número de bacterias del yogur que habían pasado de uno a otro. La conclusión fue que en un beso íntimo de solo diez segundos somos capaces de intercambiar unos 80 millones de bacterias. Con un beso no solo intercambiamos todo nuestro amor sino también algo tan íntimo como varios millones de bacterias. El microbioma oral El microbioma oral se refiere a la comunidad de microorganismos que habitan en la cavidad oral (boca, lengua, encías y garganta). Incluye miles de especies diferentes de bacterias, virus, hongos y otros organismos unicelulares que forman un ecosistema complejo y dinámico. Se han identificado más de 700 especies bacterianas diferentes. La mayoría tienen efectos beneficiosos como la digestión de ciertos nutrientes, la protección contra patógenos invasores o la regulación del sistema inmunológico local. Solo unas pocas son responsables de enfermedades orales –caries dental, enfermedad periodontal, halitosis (mal aliento), candidiasis oral, etc.– y de enfermedades no orales –cardiovasculares, diabetes y enfermedades respiratorias–. Incluso se ha relacionado la presencia de algunos patógeno orales, como la bacteria Porphyromonas gingivalis que causa periodontitis crónica, como factor de riesgo para la formación de placas amiloides, deterioro cognitivo y demencia propios de la enfermedad de alzhéimer. Los besos pueden transmitir herpes Los microorganismos intercambiados durante un beso no son necesariamente dañinos. En la mayoría de los casos, este intercambio no representa un riesgo significativo para la salud, siempre y cuando las personas gocen de una buena salud general y oral. Pero existen varias enfermedades infecciosas que pueden transmitirse mediante un beso. Los herpes son un tipo de virus que puede transmitirse fácilmente a través de la saliva. Por ejemplo, la mononucleosis infecciosa (conocida como la enfermedad del beso) está causada por el virus de Epstein-Barr, y es una enfermedad muy común entre los adolescentes y adultos jóvenes. Los síntomas incluyen fiebre, dolor de garganta, fatiga extrema y agrandamiento de los ganglios linfáticos. El herpes labial o simple se transmite a través del contacto directo, incluidos los besos. Los síntomas incluyen la aparición de ampollas dolorosas alrededor de los labios o en la boca. Y el herpes genital, aunque es más comúnmente transmitido por contacto sexual, también puede transmitirse a través de besos si hay lesiones activas en la boca o alrededor de los labios. El citomegalovirus es otro herpes que puede transmitirse a través de la saliva. Aunque en la mayoría de los casos no causa síntomas graves, puede representar un riesgo para personas inmunocomprometidas o mujeres embarazadas, ya que puede causar complicaciones muy graves durante el embarazo. Esta manera de transmitirse explica por qué el número de personas que tiene anticuerpos contra este tipo de herpes (la prevalencia) es tan alto: por ejemplo, más del 70 % de la población ha tenido contacto con el virus de Epstein-Barr a lo largo de su vida. Caries, faringitis y gripe No obstante, hay muchos más patógenos que pueden llegar a ser transmitidos a través de besos si hay intercambio de saliva. Entre ellas, algunas bacterias como Streptococcus mutans o Streptococcus pyogenes, que causan caries o infecciones de garganta y faringitis. Pero también bacterias asociadas con la enfermedad periodontal, como Porphyromonas gingivalis. Y, por supuesto, virus que causan infecciones respiratorias como el de la gripe, el virus respiratorio sincitial u otros virus del resfriado común. También podemos transmitir en un beso algunos tipos del virus del papiloma. E incluso hongos como la levadura Candida albicans que causa la candidiasis. Higiene bucal para besar con salud La dieta, la higiene bucal, el tabaquismo y el consumo de alcohol, el uso de antibióticos y otros medicamentos, la genética y otras condiciones médicas subyacentes, influyen en la composición y la salud de la microbiota oral. Mantener un equilibrio saludable en la microbiota oral es fundamental para prevenir enfermedades y su transmisión a través de los besos. Eso pasa por un cepillado frecuente y adecuado de los dientes y la lengua, sumado al uso de hilo dental y del enjuague bucal, éste último con moderación. Además, visitar regularmente al dentista, limitar el consumo excesivo de azúcar y evitar fumar son la mejor manera de mantener una boca sana. Y si estamos sanos, no tenemos de qué preocuparnos al compartir nuestros microbios.
Durante años, los titulares alarmistas han advertido sobre los efectos negativos de las redes sociales en la salud mental. Desde Instagram hasta TikTok, se han señalado como responsables de aumentar la ansiedad, la depresión y de generar una dependencia digital que erosiona el bienestar emocional, especialmente en adolescentes. Pero ¿y si parte de esa narrativa estuviera basada en una idea incompleta? Un nuevo estudio publicado en la revista Behavior Genetics ofrece una visión más matizada —y sorprendente— de esta cuestión. Usando datos del Netherlands Twin Register, una base de datos con décadas de seguimiento a gemelos en los Países Bajos, los investigadores analizaron a 6.492 personas entre los 16 y los 89 años. ¿El objetivo? Desenredar los vínculos reales entre el uso de redes sociales, la salud mental y, lo más importante, los factores genéticos que podrían estar en juego. Y lo que encontraron podría cambiar la conversación. Ni tan malo, ni tan bueno: una historia genética El estudio revela que el vínculo entre el uso de redes sociales y el bienestar psicológico es pequeño. En muchos casos, tan pequeño que roza lo insignificante desde el punto de vista estadístico. Pero lo verdaderamente revelador es que esas pequeñas asociaciones están, en gran medida, determinadas por factores genéticos compartidos. Es decir, no es que las redes sociales causen directamente ansiedad o depresión en todos los usuarios. Más bien, las mismas predisposiciones genéticas que pueden llevar a una persona a sentirse menos feliz o más ansiosa también podrían influir en cómo —y cuánto— utiliza las redes sociales. Este hallazgo rompe con la idea simplista de que las plataformas digitales son inherentemente tóxicas. Según los resultados, hasta un 72% de las diferencias individuales en el tiempo que pasamos en redes sociales podría explicarse por la genética. En lugar de demonizar TikTok o Instagram como si tuvieran un efecto uniforme sobre todos los usuarios, el estudio apunta hacia una interpretación más personalizada del impacto digital. No todos usamos las redes del mismo modo Los investigadores también identificaron patrones interesantes según los niveles de bienestar de los participantes. Aquellos con mayores niveles de satisfacción vital y una sensación de florecimiento —una medida que incluye propósito, relaciones positivas y desarrollo personal— tendían a usar más plataformas, pero lo hacían de forma pasiva: navegaban, observaban, leían. Por el contrario, quienes reportaban un menor bienestar psicológico eran más propensos a publicar con mayor frecuencia, pero lo hacían en un número más reducido de plataformas. Este contraste entre uso pasivo y activo podría ofrecer pistas sobre cómo cada persona busca, o evita, conexión social online. Paradójicamente, uno de los resultados más curiosos fue que el “florecimiento” estaba positivamente relacionado con un mayor uso de redes sociales. Es decir, algunas personas con buena salud mental parecen disfrutar —e incluso beneficiarse— de su tiempo en línea. Por qué usar gemelos lo cambia todo Este no es un estudio cualquiera. El uso de gemelos idénticos (que comparten el 100% de sus genes) y gemelos fraternos (que comparten alrededor del 50%) permite a los investigadores estimar con precisión cuánto de una conducta está influenciada por la genética, el ambiente compartido (como el hogar familiar) o el ambiente individual (como experiencias únicas). En este caso, al comparar cómo se relacionaban el uso de redes sociales y el bienestar entre diferentes pares de gemelos, se encontró que las similitudes estaban fuertemente ligadas a los genes . Esto no solo refuerza la idea de que existe un componente biológico en cómo usamos la tecnología, sino que también invita a repensar cómo diseñamos políticas, intervenciones o incluso límites parentales. ¿Restringir el acceso a redes? Tal vez no sea la solución En tiempos donde países y escuelas implementan restricciones al uso de móviles y redes sociales entre jóvenes, este estudio sugiere que prohibir o limitar el acceso no es una solución mágica. No todas las personas son igualmente vulnerables a los efectos negativos del uso digital, ni todas las formas de uso son iguales. De hecho, el problema puede no estar en la herramienta, sino en el usuario. O más precisamente, en la combinación única de genes, contexto vital y salud mental de cada persona. Esto refuerza la necesidad de estrategias personalizadas que tengan en cuenta los matices del comportamiento humano, y no solo estadísticas globales. ¿Qué significa esto para ti? No, tus horas en Instagram probablemente no estén pudriendo tu cerebro, como aseguran algunos titulares. Pero tampoco significa que sean inofensivas. Este estudio no exonera a las redes sociales, sino que añade una capa de complejidad. Los efectos existen, pero no son iguales para todos, y no surgen en el vacío. Dependen de quién eres, de tu genética, de tus experiencias y del modo en que interactúas con el entorno digital. Quizás la verdadera clave no esté en desconectarnos del mundo digital, sino en entender mejor cómo nos conectamos con él. Y, sobre todo, en dejar de buscar culpables universales para problemas profundamente individuales.
Muchas personas creen que lucen o se sienten más jóvenes que quienes comparten su edad, pero ¿es esto una percepción real o una ilusión psicológica? Según explicó la psicóloga Leticia Martín Enjuto a la revista 'CuerpoMente', este fenómeno puede estar relacionado con factores como el edadismo, la ansiedad ante el envejecimiento y el entorno social. Por su parte, un estudio citado por 'The Guardian' muestra que el 59 por ciento de los adultos entre 50 y 80 años en Estados Unidos creen verse más jóvenes que sus pares, aunque en muchos casos esta creencia podría no reflejar la realidad. El impacto de la autopercepción en la edad subjetiva De acuerdo con la psicóloga Leticia Martín Enjuto, entrevistada por 'CuerpoMente', la percepción de ser más joven que los demás de la misma edad puede deberse a una actitud psicológica de rechazo al envejecimiento. Esta actitud, conocida como midorexia, implica la resistencia a aceptar el paso del tiempo, lo cual puede traducirse en un estilo de vida, vestimenta y comportamiento más juvenil. No obstante, esta percepción puede también esconder una ansiedad más profunda relacionada con el temor a envejecer e incluso con el miedo a la muerte. “La percepción de una edad subjetiva menor puede actuar como un mecanismo de defensa psicológico”, explicó la experta. El papel del entorno social y cultural El entorno también influye significativamente en la forma en que cada persona percibe su edad. Martín Enjuto señala que contar con apoyo social y formar parte de círculos que proyectan una imagen positiva del envejecimiento puede reforzar una percepción más sana y flexible del paso del tiempo. En contraste, rodearse de personas con actitudes más pasivas o negativas puede contribuir a una visión más deteriorada de uno mismo. ¿Mente joven, cuerpo joven? Más allá de los factores psicológicos defensivos, sentirse “joven de alma” también puede tener fundamentos positivos. Según la misma psicóloga, mantener una mentalidad abierta, curiosa y resiliente está asociado con un menor deterioro cognitivo y una mejor adaptación emocional. Este tipo de mentalidad activa incluso regiones del cerebro relacionadas con la atención y la percepción, como el sistema reticular, lo que puede reforzar la idea de juventud percibida. Percepción vs. realidad: lo que dice la ciencia Una encuesta citada por 'The Guardian', basada en un estudio publicado en la revista 'Psychology and Aging', reveló que casi seis de cada diez adultos estadounidenses entre los 50 y los 80 años creen verse más jóvenes que otros de su misma edad. Solo el 6 por ciento considera que aparenta más años de los que tiene. El informe señala que este fenómeno puede estar influenciado por mecanismos mentales de negación de la vejez y de la mortalidad. También destaca que las mujeres y las personas con mayores ingresos tienden más a considerarse más jóvenes. Sin embargo, esta percepción podría no coincidir con la realidad, y se ve amplificada por estereotipos edadistas que muchas veces se interiorizan desde edades tempranas. Los riesgos del edadismo interiorizado El mismo artículo advierte sobre los peligros del edadismo autoinfligido. Según datos citados, más del 80 por ciento de los adultos mayores han adoptado estereotipos negativos sobre el envejecimiento. Esta visión puede tener efectos negativos no solo en la autoestima, sino también en la salud. Un estudio de 2002 citado por 'The Guardian' encontró que las personas con percepciones más positivas sobre su envejecimiento vivían, en promedio, 7,5 años más que aquellas con visiones negativas. La percepción de verse más joven que los demás puede ser un síntoma de salud mental positiva o, por el contrario, una señal de miedo o negación del envejecimiento. La clave, según los expertos, está en mantener una mente abierta, aceptar el paso del tiempo y rodearse de entornos que valoren la vitalidad más allá de la edad.