El fin de la Educación Media es una de las etapas más desafiantes e intensas para los jóvenes. A la presión por los resultados de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES), se suman la incertidumbre sobre el futuro y el cierre de un ciclo vital que reorganiza sus rutinas y vínculos. En este sentido, Vanessa Gálvez, psicóloga y coordinadora de Programas Formativos de la red Cognita Chile, explicó que las emociones se intensifican porque los adolescentes enfrentan un escenario desconocido. “Se despiden de relaciones significativas que los han acompañado por años y se activa con fuerza el sentido de responsabilidad sobre su propio destino, lo que puede traducirse en ansiedad o entusiasmo”, sostuvo la experta. Si bien la contención familiar es fundamental, existen señales que ameritan buscar apoyo profesional. Estas son algunas de las más comunes: 1.- Cambios marcados y sostenidos en el estado de ánimo. 2.- Apatía, irritabilidad o tristeza prolongada. 3.- Aislamiento social o pérdida de interés por actividades que antes disfrutaban. 4.- Alteraciones en los hábitos de sueño y alimentación. 5.- Discurso teñido de desesperanza o pensamientos negativos persistentes. “El apoyo familiar es valioso, pero cuando el bienestar emocional está comprometido, es clave articular el acompañamiento de profesionales que puedan intervenir con herramientas especializadas”, advirtió Gálvez. PAES y la elección vocacional Una de las mayores preocupaciones es el miedo a “equivocarse” en la elección vocacional. Para abordar esta inquietud, es crucial que los postulantes a la educación superior conozcan sus intereses, fortalezas y debilidades, así como reforzar sus estrategias concretas de liderazgo personal. “Más allá de la carrera o del puntaje que obtengan, la pregunta central es: ¿qué tipo de vida quieren construir? Organizar el tiempo y la energía en aquello que realmente aporta a las metas es crucial”, explica la especialista. La psicóloga añadió que el proceso de cambio no es lineal, que equivocarse forma parte del aprendizaje y que mantener una actitud flexible y resiliente marca la diferencia. En este escenario, la clave reside en el acompañamiento. “La ansiedad disminuye cuando hay estructura, propósito y vínculos confiables que habilitan la expresión emocional”, concluyó Gálvez. Para reducir la ansiedad en los meses finales del año es importante seguir estas acciones simples y sostenibles: 1.- Identificar qué está bajo control: Planificar el estudio, el descanso y las rutinas diarias. 2.- Organizar las tareas: Usar una agenda para priorizar y evitar la procrastinación. 3.- Cuidar el autocuidado integral: Incorporar ejercicio, pausas de respiración, y espacios de calidad con la familia y los amigos. 4.- Priorizar el sueño: Asegurar un descanso suficiente para que el cuerpo y la mente puedan recuperarse del estrés. 5.- Comunicar las emociones: Conectarse y hablar de lo que se siente en espacios seguros, pidiendo ayuda cuando sea necesario. Fuente www.biobiochile.cl
Durante años, los titulares alarmistas han advertido sobre los efectos negativos de las redes sociales en la salud mental. Desde Instagram hasta TikTok, se han señalado como responsables de aumentar la ansiedad, la depresión y de generar una dependencia digital que erosiona el bienestar emocional, especialmente en adolescentes. Pero ¿y si parte de esa narrativa estuviera basada en una idea incompleta? Un nuevo estudio publicado en la revista Behavior Genetics ofrece una visión más matizada —y sorprendente— de esta cuestión. Usando datos del Netherlands Twin Register, una base de datos con décadas de seguimiento a gemelos en los Países Bajos, los investigadores analizaron a 6.492 personas entre los 16 y los 89 años. ¿El objetivo? Desenredar los vínculos reales entre el uso de redes sociales, la salud mental y, lo más importante, los factores genéticos que podrían estar en juego. Y lo que encontraron podría cambiar la conversación. Ni tan malo, ni tan bueno: una historia genética El estudio revela que el vínculo entre el uso de redes sociales y el bienestar psicológico es pequeño. En muchos casos, tan pequeño que roza lo insignificante desde el punto de vista estadístico. Pero lo verdaderamente revelador es que esas pequeñas asociaciones están, en gran medida, determinadas por factores genéticos compartidos. Es decir, no es que las redes sociales causen directamente ansiedad o depresión en todos los usuarios. Más bien, las mismas predisposiciones genéticas que pueden llevar a una persona a sentirse menos feliz o más ansiosa también podrían influir en cómo —y cuánto— utiliza las redes sociales. Este hallazgo rompe con la idea simplista de que las plataformas digitales son inherentemente tóxicas. Según los resultados, hasta un 72% de las diferencias individuales en el tiempo que pasamos en redes sociales podría explicarse por la genética. En lugar de demonizar TikTok o Instagram como si tuvieran un efecto uniforme sobre todos los usuarios, el estudio apunta hacia una interpretación más personalizada del impacto digital. No todos usamos las redes del mismo modo Los investigadores también identificaron patrones interesantes según los niveles de bienestar de los participantes. Aquellos con mayores niveles de satisfacción vital y una sensación de florecimiento —una medida que incluye propósito, relaciones positivas y desarrollo personal— tendían a usar más plataformas, pero lo hacían de forma pasiva: navegaban, observaban, leían. Por el contrario, quienes reportaban un menor bienestar psicológico eran más propensos a publicar con mayor frecuencia, pero lo hacían en un número más reducido de plataformas. Este contraste entre uso pasivo y activo podría ofrecer pistas sobre cómo cada persona busca, o evita, conexión social online. Paradójicamente, uno de los resultados más curiosos fue que el “florecimiento” estaba positivamente relacionado con un mayor uso de redes sociales. Es decir, algunas personas con buena salud mental parecen disfrutar —e incluso beneficiarse— de su tiempo en línea. Por qué usar gemelos lo cambia todo Este no es un estudio cualquiera. El uso de gemelos idénticos (que comparten el 100% de sus genes) y gemelos fraternos (que comparten alrededor del 50%) permite a los investigadores estimar con precisión cuánto de una conducta está influenciada por la genética, el ambiente compartido (como el hogar familiar) o el ambiente individual (como experiencias únicas). En este caso, al comparar cómo se relacionaban el uso de redes sociales y el bienestar entre diferentes pares de gemelos, se encontró que las similitudes estaban fuertemente ligadas a los genes . Esto no solo refuerza la idea de que existe un componente biológico en cómo usamos la tecnología, sino que también invita a repensar cómo diseñamos políticas, intervenciones o incluso límites parentales. ¿Restringir el acceso a redes? Tal vez no sea la solución En tiempos donde países y escuelas implementan restricciones al uso de móviles y redes sociales entre jóvenes, este estudio sugiere que prohibir o limitar el acceso no es una solución mágica. No todas las personas son igualmente vulnerables a los efectos negativos del uso digital, ni todas las formas de uso son iguales. De hecho, el problema puede no estar en la herramienta, sino en el usuario. O más precisamente, en la combinación única de genes, contexto vital y salud mental de cada persona. Esto refuerza la necesidad de estrategias personalizadas que tengan en cuenta los matices del comportamiento humano, y no solo estadísticas globales. ¿Qué significa esto para ti? No, tus horas en Instagram probablemente no estén pudriendo tu cerebro, como aseguran algunos titulares. Pero tampoco significa que sean inofensivas. Este estudio no exonera a las redes sociales, sino que añade una capa de complejidad. Los efectos existen, pero no son iguales para todos, y no surgen en el vacío. Dependen de quién eres, de tu genética, de tus experiencias y del modo en que interactúas con el entorno digital. Quizás la verdadera clave no esté en desconectarnos del mundo digital, sino en entender mejor cómo nos conectamos con él. Y, sobre todo, en dejar de buscar culpables universales para problemas profundamente individuales.
La relación entre tabaquismo y salud cerebral es un tema de constante investigación. Si bien hace décadas se estableció que fumar perjudica el cerebro —afectando la salud cardiovascular, dañando los vasos sanguíneos que suministran oxígeno y provocando inflamación crónica que destruye neuronas—, hasta ahora la evidencia sobre los beneficios a largo plazo de dejar de fumar en edades avanzadas era limitada. El estudio del University College de Londres (UCL), que analizó datos de casi 9.500 personas de 12 países, ha revelado que las capacidades cognitivas, como la memoria y la fluidez verbal, de quienes dejaron de fumar a partir de los 40 años disminuyeron significativamente menos que las de los fumadores en los seis años posteriores al abandono. Mejor fluidez verbal y calidad de la memoria Para llevar a cabo esta investigación, los autores analizaron datos de tres estudios en curso donde los participantes respondían a encuestas médicas cada dos años. Compararon información de más de 4.700 personas que dejaron de fumar con un número similar de individuos que continuaron haciéndolo. Todos los participantes eran mayores de 40 años, con una edad media de 58 años, y fueron emparejados por puntuaciones cognitivas iniciales, edad, sexo, nivel educativo y país de nacimiento. Durante los seis años previos a que el grupo de estudio dejara de fumar, las puntuaciones de deterioro cognitivo en pruebas de memoria y fluidez verbal disminuyeron a un ritmo similar en ambos grupos. Sin embargo, una vez que uno de los grupos abandonó el tabaco, las personas que dejaron de fumar experimentaron una tasa de deterioro de la fluidez verbal un 50% más lenta, en promedio, que quienes siguieron fumando. Adicionalmente, su pérdida de memoria fue un 20% inferior a la de los fumadores, es decir, quienes abandonaron el tabaco experimentaron entre tres y cuatro meses menos de deterioro de la memoria por cada año de envejecimiento y seis meses menos de deterioro de la fluidez verbal. Se confirman los beneficios a corto plazo Aunque el estudio es observacional, sus hallazgos son consistentes con investigaciones previas que ya sugerían mejoras en la salud cerebral a corto plazo al dejar de fumar. Ahora se confirma que estos beneficios se mantienen y se consolidan en el tiempo, incluso en personas que abandonan el hábito después de los 50 años. «Ya sabíamos que dejar de fumar, incluso en edades avanzadas, va acompañado de mejoras en la salud física y el bienestar. Con este estudio vemos que también ayuda a mantener una mejor salud cognitiva a largo plazo, por lo que nunca es demasiado tarde para dejarlo», afirma la investigadora del UCL, Mikaela Bloomberg.
Beber agua es uno de esos gestos tan cotidianos que rara vez pensamos en sus efectos más allá de calmar la sed. Sin embargo, un equipo de investigadores de la Liverpool John Moores University descubrió que la hidratación tiene un papel directo en la forma en que el cuerpo responde al estrés. Sus resultados, publicados en Journal of Applied Physiology en agosto de 2025, muestran que las personas con bajo consumo diario de líquidos presentan una reacción hormonal mucho más intensa ante situaciones estresantes. El estudio se centró en el cortisol, conocido como la hormona del estrés. Tener picos ocasionales de esta sustancia es normal, pero niveles excesivos y frecuentes están vinculados a mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y depresión. Lo que ahora sabemos con mayor claridad es que algo tan simple como beber poca agua puede amplificar esas subidas de cortisol. Para llegar a esta conclusión, los científicos siguieron a 32 adultos sanos, seleccionados de entre más de 60 voluntarios. Los dividieron en dos grupos: uno con bajo consumo de líquidos (menos de 1,5 litros diarios) y otro con ingestas acordes a las recomendaciones (2 litros para mujeres y 2,5 litros para hombres). Tras una semana controlando sus hábitos, pusieron a prueba su resistencia al estrés con un experimento ya clásico en psicología. Una entrevista falsa y un cálculo mental: así se mide el estrés Para provocar una reacción controlada, los investigadores recurrieron al Trier Social Stress Test, un protocolo que simula experiencias cotidianas de presión. Los participantes debían enfrentarse a una entrevista laboral ficticia y resolver problemas matemáticos de cabeza frente a un jurado. Aunque pueda sonar sencillo, este método es reconocido por generar ansiedad y activar con fiabilidad la respuesta fisiológica del estrés. Durante la prueba, ambos grupos mostraron un aumento de la frecuencia cardíaca y de la ansiedad percibida. Sin embargo, las diferencias se hicieron visibles al medir la saliva: solo el grupo con bajo consumo de líquidos liberó un incremento significativo de cortisol. En promedio, su respuesta hormonal fue más de un 50 % superior a la del grupo mejor hidratado. Curiosamente, los participantes con menor ingesta de agua no declararon sentirse más sedientos, pero sus muestras de orina eran más oscuras y concentradas, una señal clara de que su organismo estaba en un estado de hidratación deficiente. Esto confirma que el cuerpo puede estar deshidratado aunque no lo percibamos conscientemente. El papel oculto de la vasopresina Para comprender el vínculo entre agua y estrés, los científicos observaron otro actor clave: la vasopresina, una hormona que regula la retención de líquidos en los riñones. Cuando el cuerpo detecta que falta agua, libera vasopresina para conservarla, pero esto no ocurre sin consecuencias. Además de actuar sobre los riñones, la vasopresina también estimula el hipotálamo, el centro cerebral que regula el estrés. Esa doble función significa que, en condiciones de deshidratación, el organismo no solo trabaja más para conservar agua, sino que también intensifica la liberación de cortisol. Es decir, la falta de líquidos puede poner en marcha un círculo vicioso donde el cuerpo sufre más estrés del necesario. Los investigadores señalan que, a largo plazo, esta sobrecarga hormonal podría debilitar órganos y sistemas : desde el corazón y los vasos sanguíneos, hasta el metabolismo y la salud mental. Por eso, insisten en la importancia de atender las recomendaciones oficiales de ingesta de líquidos diarias. Los datos del estudio no dejan lugar a dudas. El grupo de bajo consumo, con 1,3 litros diarios en promedio, presentó un aumento de cortisol tras el test de estrés de 6,2 nmol/L. En contraste, el grupo de alto consumo, que bebía 4,4 litros diarios, mostró solo un incremento de 4,0 nmol/L. Más allá de las cifras, lo relevante es que los investigadores observaron una correlación clara entre el estado de hidratación y la intensidad de la respuesta hormonal. Cuanto más concentrada y oscura era la orina de los participantes, mayor era el pico de cortisol. La relación fue tan sólida que alcanzó un coeficiente de correlación de R = 0,7 (P < 0.001), un valor estadísticamente muy significativo. Estos hallazgos refuerzan la idea de que la hidratación no es solo un asunto de bienestar momentáneo, sino un factor que puede influir directamente en la salud a largo plazo. Mantener un buen equilibrio de líquidos en el organismo podría ser una estrategia sencilla pero poderosa para reducir la vulnerabilidad ante el estrés. Más que sed: una cuestión de salud pública El estudio también destierra la idea de que basta con “beber cuando se tiene sed”. De hecho, el grupo menos hidratado no reportó sentirse más sediento, a pesar de que sus muestras biológicas mostraban lo contrario. Esto sugiere que confiar únicamente en la sensación de sed puede no ser suficiente para garantizar una buena hidratación. Por eso, los expertos recuerdan que la orina clara o ligeramente amarilla es uno de los indicadores más sencillos para evaluar si estamos bien hidratados. Además, recomiendan adaptar el consumo de agua a las circunstancias: en días calurosos, durante el ejercicio físico o en momentos de mucho trabajo intelectual, las necesidades de líquidos suelen aumentar. El mensaje es claro: hidratarse es también una forma de prevención. Beber suficiente agua cada día no solo ayuda a mantener el equilibrio físico, sino que puede tener un impacto duradero en la forma en que el cuerpo y la mente enfrentan el estrés cotidiano. Agua contra el estrés: lo que podemos aprender Aunque los investigadores subrayan que harán falta más estudios a largo plazo, los resultados ya ofrecen una lección práctica: mantener una botella de agua cerca podría ser tan importante como dormir bien o alimentarse de forma equilibrada. El profesor Neil Walsh, fisiólogo de la Universidad John Moores de Liverpool y líder del equipo, lo resume con sencillez: Estar hidratado puede ayudar a tu cuerpo a manejar el estrés de manera más efectiva. Esto cobra especial sentido en contextos de alta presión, como una presentación laboral, un examen o un día cargado de responsabilidades. En un mundo donde el estrés crónico se ha convertido en un enemigo silencioso, esta investigación aporta un recordatorio poderoso: algo tan básico como beber agua puede marcar la diferencia en cómo vivimos el día a día y en la salud de los años futuros.
El fin de la Educación Media es una de las etapas más desafiantes e intensas para los jóvenes. A la presión por los resultados de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES), se suman la incertidumbre sobre el futuro y el cierre de un ciclo vital que reorganiza sus rutinas y vínculos. En este sentido, Vanessa Gálvez, psicóloga y coordinadora de Programas Formativos de la red Cognita Chile, explicó que las emociones se intensifican porque los adolescentes enfrentan un escenario desconocido. “Se despiden de relaciones significativas que los han acompañado por años y se activa con fuerza el sentido de responsabilidad sobre su propio destino, lo que puede traducirse en ansiedad o entusiasmo”, sostuvo la experta. Si bien la contención familiar es fundamental, existen señales que ameritan buscar apoyo profesional. Estas son algunas de las más comunes: 1.- Cambios marcados y sostenidos en el estado de ánimo. 2.- Apatía, irritabilidad o tristeza prolongada. 3.- Aislamiento social o pérdida de interés por actividades que antes disfrutaban. 4.- Alteraciones en los hábitos de sueño y alimentación. 5.- Discurso teñido de desesperanza o pensamientos negativos persistentes. “El apoyo familiar es valioso, pero cuando el bienestar emocional está comprometido, es clave articular el acompañamiento de profesionales que puedan intervenir con herramientas especializadas”, advirtió Gálvez. PAES y la elección vocacional Una de las mayores preocupaciones es el miedo a “equivocarse” en la elección vocacional. Para abordar esta inquietud, es crucial que los postulantes a la educación superior conozcan sus intereses, fortalezas y debilidades, así como reforzar sus estrategias concretas de liderazgo personal. “Más allá de la carrera o del puntaje que obtengan, la pregunta central es: ¿qué tipo de vida quieren construir? Organizar el tiempo y la energía en aquello que realmente aporta a las metas es crucial”, explica la especialista. La psicóloga añadió que el proceso de cambio no es lineal, que equivocarse forma parte del aprendizaje y que mantener una actitud flexible y resiliente marca la diferencia. En este escenario, la clave reside en el acompañamiento. “La ansiedad disminuye cuando hay estructura, propósito y vínculos confiables que habilitan la expresión emocional”, concluyó Gálvez. Para reducir la ansiedad en los meses finales del año es importante seguir estas acciones simples y sostenibles: 1.- Identificar qué está bajo control: Planificar el estudio, el descanso y las rutinas diarias. 2.- Organizar las tareas: Usar una agenda para priorizar y evitar la procrastinación. 3.- Cuidar el autocuidado integral: Incorporar ejercicio, pausas de respiración, y espacios de calidad con la familia y los amigos. 4.- Priorizar el sueño: Asegurar un descanso suficiente para que el cuerpo y la mente puedan recuperarse del estrés. 5.- Comunicar las emociones: Conectarse y hablar de lo que se siente en espacios seguros, pidiendo ayuda cuando sea necesario. Fuente www.biobiochile.cl
Durante años, los titulares alarmistas han advertido sobre los efectos negativos de las redes sociales en la salud mental. Desde Instagram hasta TikTok, se han señalado como responsables de aumentar la ansiedad, la depresión y de generar una dependencia digital que erosiona el bienestar emocional, especialmente en adolescentes. Pero ¿y si parte de esa narrativa estuviera basada en una idea incompleta? Un nuevo estudio publicado en la revista Behavior Genetics ofrece una visión más matizada —y sorprendente— de esta cuestión. Usando datos del Netherlands Twin Register, una base de datos con décadas de seguimiento a gemelos en los Países Bajos, los investigadores analizaron a 6.492 personas entre los 16 y los 89 años. ¿El objetivo? Desenredar los vínculos reales entre el uso de redes sociales, la salud mental y, lo más importante, los factores genéticos que podrían estar en juego. Y lo que encontraron podría cambiar la conversación. Ni tan malo, ni tan bueno: una historia genética El estudio revela que el vínculo entre el uso de redes sociales y el bienestar psicológico es pequeño. En muchos casos, tan pequeño que roza lo insignificante desde el punto de vista estadístico. Pero lo verdaderamente revelador es que esas pequeñas asociaciones están, en gran medida, determinadas por factores genéticos compartidos. Es decir, no es que las redes sociales causen directamente ansiedad o depresión en todos los usuarios. Más bien, las mismas predisposiciones genéticas que pueden llevar a una persona a sentirse menos feliz o más ansiosa también podrían influir en cómo —y cuánto— utiliza las redes sociales. Este hallazgo rompe con la idea simplista de que las plataformas digitales son inherentemente tóxicas. Según los resultados, hasta un 72% de las diferencias individuales en el tiempo que pasamos en redes sociales podría explicarse por la genética. En lugar de demonizar TikTok o Instagram como si tuvieran un efecto uniforme sobre todos los usuarios, el estudio apunta hacia una interpretación más personalizada del impacto digital. No todos usamos las redes del mismo modo Los investigadores también identificaron patrones interesantes según los niveles de bienestar de los participantes. Aquellos con mayores niveles de satisfacción vital y una sensación de florecimiento —una medida que incluye propósito, relaciones positivas y desarrollo personal— tendían a usar más plataformas, pero lo hacían de forma pasiva: navegaban, observaban, leían. Por el contrario, quienes reportaban un menor bienestar psicológico eran más propensos a publicar con mayor frecuencia, pero lo hacían en un número más reducido de plataformas. Este contraste entre uso pasivo y activo podría ofrecer pistas sobre cómo cada persona busca, o evita, conexión social online. Paradójicamente, uno de los resultados más curiosos fue que el “florecimiento” estaba positivamente relacionado con un mayor uso de redes sociales. Es decir, algunas personas con buena salud mental parecen disfrutar —e incluso beneficiarse— de su tiempo en línea. Por qué usar gemelos lo cambia todo Este no es un estudio cualquiera. El uso de gemelos idénticos (que comparten el 100% de sus genes) y gemelos fraternos (que comparten alrededor del 50%) permite a los investigadores estimar con precisión cuánto de una conducta está influenciada por la genética, el ambiente compartido (como el hogar familiar) o el ambiente individual (como experiencias únicas). En este caso, al comparar cómo se relacionaban el uso de redes sociales y el bienestar entre diferentes pares de gemelos, se encontró que las similitudes estaban fuertemente ligadas a los genes . Esto no solo refuerza la idea de que existe un componente biológico en cómo usamos la tecnología, sino que también invita a repensar cómo diseñamos políticas, intervenciones o incluso límites parentales. ¿Restringir el acceso a redes? Tal vez no sea la solución En tiempos donde países y escuelas implementan restricciones al uso de móviles y redes sociales entre jóvenes, este estudio sugiere que prohibir o limitar el acceso no es una solución mágica. No todas las personas son igualmente vulnerables a los efectos negativos del uso digital, ni todas las formas de uso son iguales. De hecho, el problema puede no estar en la herramienta, sino en el usuario. O más precisamente, en la combinación única de genes, contexto vital y salud mental de cada persona. Esto refuerza la necesidad de estrategias personalizadas que tengan en cuenta los matices del comportamiento humano, y no solo estadísticas globales. ¿Qué significa esto para ti? No, tus horas en Instagram probablemente no estén pudriendo tu cerebro, como aseguran algunos titulares. Pero tampoco significa que sean inofensivas. Este estudio no exonera a las redes sociales, sino que añade una capa de complejidad. Los efectos existen, pero no son iguales para todos, y no surgen en el vacío. Dependen de quién eres, de tu genética, de tus experiencias y del modo en que interactúas con el entorno digital. Quizás la verdadera clave no esté en desconectarnos del mundo digital, sino en entender mejor cómo nos conectamos con él. Y, sobre todo, en dejar de buscar culpables universales para problemas profundamente individuales.
La relación entre tabaquismo y salud cerebral es un tema de constante investigación. Si bien hace décadas se estableció que fumar perjudica el cerebro —afectando la salud cardiovascular, dañando los vasos sanguíneos que suministran oxígeno y provocando inflamación crónica que destruye neuronas—, hasta ahora la evidencia sobre los beneficios a largo plazo de dejar de fumar en edades avanzadas era limitada. El estudio del University College de Londres (UCL), que analizó datos de casi 9.500 personas de 12 países, ha revelado que las capacidades cognitivas, como la memoria y la fluidez verbal, de quienes dejaron de fumar a partir de los 40 años disminuyeron significativamente menos que las de los fumadores en los seis años posteriores al abandono. Mejor fluidez verbal y calidad de la memoria Para llevar a cabo esta investigación, los autores analizaron datos de tres estudios en curso donde los participantes respondían a encuestas médicas cada dos años. Compararon información de más de 4.700 personas que dejaron de fumar con un número similar de individuos que continuaron haciéndolo. Todos los participantes eran mayores de 40 años, con una edad media de 58 años, y fueron emparejados por puntuaciones cognitivas iniciales, edad, sexo, nivel educativo y país de nacimiento. Durante los seis años previos a que el grupo de estudio dejara de fumar, las puntuaciones de deterioro cognitivo en pruebas de memoria y fluidez verbal disminuyeron a un ritmo similar en ambos grupos. Sin embargo, una vez que uno de los grupos abandonó el tabaco, las personas que dejaron de fumar experimentaron una tasa de deterioro de la fluidez verbal un 50% más lenta, en promedio, que quienes siguieron fumando. Adicionalmente, su pérdida de memoria fue un 20% inferior a la de los fumadores, es decir, quienes abandonaron el tabaco experimentaron entre tres y cuatro meses menos de deterioro de la memoria por cada año de envejecimiento y seis meses menos de deterioro de la fluidez verbal. Se confirman los beneficios a corto plazo Aunque el estudio es observacional, sus hallazgos son consistentes con investigaciones previas que ya sugerían mejoras en la salud cerebral a corto plazo al dejar de fumar. Ahora se confirma que estos beneficios se mantienen y se consolidan en el tiempo, incluso en personas que abandonan el hábito después de los 50 años. «Ya sabíamos que dejar de fumar, incluso en edades avanzadas, va acompañado de mejoras en la salud física y el bienestar. Con este estudio vemos que también ayuda a mantener una mejor salud cognitiva a largo plazo, por lo que nunca es demasiado tarde para dejarlo», afirma la investigadora del UCL, Mikaela Bloomberg.
Beber agua es uno de esos gestos tan cotidianos que rara vez pensamos en sus efectos más allá de calmar la sed. Sin embargo, un equipo de investigadores de la Liverpool John Moores University descubrió que la hidratación tiene un papel directo en la forma en que el cuerpo responde al estrés. Sus resultados, publicados en Journal of Applied Physiology en agosto de 2025, muestran que las personas con bajo consumo diario de líquidos presentan una reacción hormonal mucho más intensa ante situaciones estresantes. El estudio se centró en el cortisol, conocido como la hormona del estrés. Tener picos ocasionales de esta sustancia es normal, pero niveles excesivos y frecuentes están vinculados a mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y depresión. Lo que ahora sabemos con mayor claridad es que algo tan simple como beber poca agua puede amplificar esas subidas de cortisol. Para llegar a esta conclusión, los científicos siguieron a 32 adultos sanos, seleccionados de entre más de 60 voluntarios. Los dividieron en dos grupos: uno con bajo consumo de líquidos (menos de 1,5 litros diarios) y otro con ingestas acordes a las recomendaciones (2 litros para mujeres y 2,5 litros para hombres). Tras una semana controlando sus hábitos, pusieron a prueba su resistencia al estrés con un experimento ya clásico en psicología. Una entrevista falsa y un cálculo mental: así se mide el estrés Para provocar una reacción controlada, los investigadores recurrieron al Trier Social Stress Test, un protocolo que simula experiencias cotidianas de presión. Los participantes debían enfrentarse a una entrevista laboral ficticia y resolver problemas matemáticos de cabeza frente a un jurado. Aunque pueda sonar sencillo, este método es reconocido por generar ansiedad y activar con fiabilidad la respuesta fisiológica del estrés. Durante la prueba, ambos grupos mostraron un aumento de la frecuencia cardíaca y de la ansiedad percibida. Sin embargo, las diferencias se hicieron visibles al medir la saliva: solo el grupo con bajo consumo de líquidos liberó un incremento significativo de cortisol. En promedio, su respuesta hormonal fue más de un 50 % superior a la del grupo mejor hidratado. Curiosamente, los participantes con menor ingesta de agua no declararon sentirse más sedientos, pero sus muestras de orina eran más oscuras y concentradas, una señal clara de que su organismo estaba en un estado de hidratación deficiente. Esto confirma que el cuerpo puede estar deshidratado aunque no lo percibamos conscientemente. El papel oculto de la vasopresina Para comprender el vínculo entre agua y estrés, los científicos observaron otro actor clave: la vasopresina, una hormona que regula la retención de líquidos en los riñones. Cuando el cuerpo detecta que falta agua, libera vasopresina para conservarla, pero esto no ocurre sin consecuencias. Además de actuar sobre los riñones, la vasopresina también estimula el hipotálamo, el centro cerebral que regula el estrés. Esa doble función significa que, en condiciones de deshidratación, el organismo no solo trabaja más para conservar agua, sino que también intensifica la liberación de cortisol. Es decir, la falta de líquidos puede poner en marcha un círculo vicioso donde el cuerpo sufre más estrés del necesario. Los investigadores señalan que, a largo plazo, esta sobrecarga hormonal podría debilitar órganos y sistemas : desde el corazón y los vasos sanguíneos, hasta el metabolismo y la salud mental. Por eso, insisten en la importancia de atender las recomendaciones oficiales de ingesta de líquidos diarias. Los datos del estudio no dejan lugar a dudas. El grupo de bajo consumo, con 1,3 litros diarios en promedio, presentó un aumento de cortisol tras el test de estrés de 6,2 nmol/L. En contraste, el grupo de alto consumo, que bebía 4,4 litros diarios, mostró solo un incremento de 4,0 nmol/L. Más allá de las cifras, lo relevante es que los investigadores observaron una correlación clara entre el estado de hidratación y la intensidad de la respuesta hormonal. Cuanto más concentrada y oscura era la orina de los participantes, mayor era el pico de cortisol. La relación fue tan sólida que alcanzó un coeficiente de correlación de R = 0,7 (P < 0.001), un valor estadísticamente muy significativo. Estos hallazgos refuerzan la idea de que la hidratación no es solo un asunto de bienestar momentáneo, sino un factor que puede influir directamente en la salud a largo plazo. Mantener un buen equilibrio de líquidos en el organismo podría ser una estrategia sencilla pero poderosa para reducir la vulnerabilidad ante el estrés. Más que sed: una cuestión de salud pública El estudio también destierra la idea de que basta con “beber cuando se tiene sed”. De hecho, el grupo menos hidratado no reportó sentirse más sediento, a pesar de que sus muestras biológicas mostraban lo contrario. Esto sugiere que confiar únicamente en la sensación de sed puede no ser suficiente para garantizar una buena hidratación. Por eso, los expertos recuerdan que la orina clara o ligeramente amarilla es uno de los indicadores más sencillos para evaluar si estamos bien hidratados. Además, recomiendan adaptar el consumo de agua a las circunstancias: en días calurosos, durante el ejercicio físico o en momentos de mucho trabajo intelectual, las necesidades de líquidos suelen aumentar. El mensaje es claro: hidratarse es también una forma de prevención. Beber suficiente agua cada día no solo ayuda a mantener el equilibrio físico, sino que puede tener un impacto duradero en la forma en que el cuerpo y la mente enfrentan el estrés cotidiano. Agua contra el estrés: lo que podemos aprender Aunque los investigadores subrayan que harán falta más estudios a largo plazo, los resultados ya ofrecen una lección práctica: mantener una botella de agua cerca podría ser tan importante como dormir bien o alimentarse de forma equilibrada. El profesor Neil Walsh, fisiólogo de la Universidad John Moores de Liverpool y líder del equipo, lo resume con sencillez: Estar hidratado puede ayudar a tu cuerpo a manejar el estrés de manera más efectiva. Esto cobra especial sentido en contextos de alta presión, como una presentación laboral, un examen o un día cargado de responsabilidades. En un mundo donde el estrés crónico se ha convertido en un enemigo silencioso, esta investigación aporta un recordatorio poderoso: algo tan básico como beber agua puede marcar la diferencia en cómo vivimos el día a día y en la salud de los años futuros.